jueves, 21 de enero de 2010

Naranja

Al principio las palabras de ella eran tan amables que entraron resonando en él como ambulancias recorriendo su flujo arterial, hasta que se toparon con los restos del naufragio de su acorazado.
De lo que pude recolectar de su relato, la cosa fue más o menos así;

Pedro la invita a un café, pero cuando miró por la ventana, afuera goteaba. Ella le dijo que no importaba. Se puso risueña. Con esas palabras la recordaba.
Salieron a la calle sin paraguas y pisaron el mismo charco varias veces. A la tercera o cuarta vez, Pedro se sintió invadido de un repentino pesimismo que encapuchaba las risas.
Era todo demasiado perfecto.
Pedro sabía que ese charco lo estaba desmembrando. Con cada salto se quedaba una pequeña minúscula fracción de su humanidad. Eso es lo que pasa con las almas perceptivas en lapsos específicos de tiempo, cuando son más pujantes que el acostumbrado devenir de la cosa mundana. Atacado de nostalgia se quedó mirando el charco pensando en lo que ahí había permanecido.
Típica alma sensible, en ese instante detectaba que en un futuro no muy lejano, perpetuaría en su mente ese momento.
Tejía frases inconexas, aún sin la fuerza del concepto, como “el afecto es un barrial” “mis emociones se sofocan en un charco”. “estamos mojados y nuestra humedad no nos toca el alma” “nuestra relación es tan clara y profunda como una ciénaga”.
Ella mitigó tanta angustia encajándole en la boca un caramelo de ananá, de los que tienen la crema blanda en el medio. En ese momento, con la boca dulce, quiso darle un beso, pero no se animó.
Ella estaba dramáticamente linda.
La tarde pasó sin arrebatos. Tomaron café.
En un momento se tocaron las manos sin querer. Ella dejó la mano, pero él no se dio cuenta porque había prendido un cigarrillo y había accionado su maquinaria para chupar y expeler tabaco.
Y eso fue todo. El la acompaña hasta la casa. Se dan un beso de despedida.

Pedro llega a casa y mira las foto de ella. Pone la radio y en todos los temas hablan de ella. Al otro día la busca, pero ella no está.
Y así pasan los días. Y no pasa nada más.

Cuando le pregunté que pasó con esa chica, Pedro arrugó media cara, y solamente me dijo, “no pasa naranja”.

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