domingo, 17 de enero de 2010

Manzana

La consigna es morderte. Sé que adentro sos puro néctar. Pero cuando te tengo en la mano y te veo toda carmesí, se me mueve adentro un pavor de perderte en un escape. Ver tu piel traslúcida entre mis manos y no saber que hacer con todo tu almíbar, derrochado en mis falanginas.
No importa si después me relamo, me muerdo hasta los metacarpianos y la carne del costado. Siempre hay un segundo que me pierdo en el rulo eterno, en el retorno infinito donde no puedo dejar de girar. Sé que ese algo que hice no tiene marcha atrás. Si te muerdo después me pierdo. Si te dejo también me pierdo.
Me da miedo que al masticarte se escape mi yo del cuerpo por un rato. Que me pierda en un suspiro profundo y cuando te sople vos retengas el aire. Que tires el humo de tu cigarrillo y que toda mi Himalaya se derrumbe en tu bocanada.
Que estés ahí distante y yo dejo caer mis hielos encima tuyo.
Por eso a veces te prefiero ahí; aislada y cerca. No es que me gusten las naturalezas muertas. Es que después llega la disgregación y me asusta desintegrarme en la nada.

Estoy pensando en algo extraterreno, que se me sale el alma por el ombligo, que vos me estás succionando la existencia por la nariz. Que sale mi ser expulsado de un suspiro, justo cuando te muerdo.
No es que sea exagerado, ni tampoco que me ataca la hipocondria. Es que sé que las almas se van a cada rato, te juro que sé. Y andan saltando por ahí mientras uno anda de lo más tranquilo creyéndose completo.

Después cuando veo que no pasó nada, me da el ataque de risa. Pero en el fondo es lágrima; a veces sí quiero escaparme.
Justo ahí me ves, con la manzana en la mano todavía. Preguntas que pasa.
Obvio que te contesto que no es nada, no es nada.
Pero sí.

No hay comentarios: