lunes, 7 de diciembre de 2009

María se fué y hay algo en el ropero.

En un primer momento las ausencias no representan un vacío significante de igual manera para todos los seres. Pablo era más bien de los tipos que llevan la peregrinación por dentro, sin grandes revelaciones manifiestas. Pablo el aplicado, laborioso, ordenado, cumplidor, buen tipo; el día que se levantó y de M solamente encontró una notita, vistió uniformemente su abatida humanidad y fue a su cotidiana faena.
En el colectivo vio a M en todas las caras de mujeres y sintió un poco de dolor en la panza. Un ruidito indecible entre las tripas y el pecho, un poco inmensurable orgánicamente. Decidió atribuirlo al indigesto café de filtro de la mañana y no a un estado de desasosiego.
Con los días, Pablo vistió el mismo uniforme, tomó el mismo colectivo, escuchó la misma música, tomó del mismo mate con el mismo termo; cruzó las mismas calles y mantuvo todo lo cotidiano de la cómoda reiteración.
Mas avanzada la semana las escalas tonales en la vida de Pablo se fueron apagando. Pablo descubrió que los platos se lavaban, las plantas se regaban, el departamento se debía barrer. Pero no realizó ninguna de esas haciendas. Al contrario, abandonó completamente los hábitos hasta que encontró hongos en las ollas, polillas en el ropero y su departamento se volvió totalmente intrincado de basura. Pero lo que realmente llamó su atención fueron los ruidos del ropero en las noches. Un movimiento, muy pequeño. Un chillido casi imperceptible.
Atribuyéndolo únicamente a la imaginación de la mente solitaria, Pablo ni siquiera abrió el ropero para aclarar su incógnita. Con el paso de los días siguientes, el chillido se convirtió en un ruido aún más tangible, similar a un pequeño animal. Incrédulo y un poco turbado por su posible delirio, decidió no comentar a nadie del insistente sonido y revisarlo por la mañana.
Durante la claridad, un poco miedoso por el posible descubrimiento, pero decidido a solucionar el asunto antes del trabajo, se entretuvo tomando mate, escuchando la radio, deambulando alrededor del ropero a la espera de un sonido que confirme sus teorías.
Evitó sacar la corbata y el saco del ropero hasta el momento de irse, que implicaría un obligado análisis de la cuestión.
Justo antes de salir, sin saco ni corbata; escuchó el sonido. En un ataque de valentía o pánico se abalanza ante el ropero. Dentro del saco, descubre anidado un pequeño pájaro.

Cinco minutos después, Pablo sale de su domicilio con un pequeño pajaro en el bolsillo superior del traje, a la altura del pecho. En el camino al trabajo, se detiene en un campo, deja el pequeño al pié de un árbol, con delicadeza lo mira y piensa en escribir una carta, que diría algo más o menos así:

“Querida M, desde tu partida mi casa se llenó de hongos, la basura formó montañas, te ví en todos lados y tu ausencia me revolvió las tripas. Un pequeño pájaro anidó en mi pecho, Y me gustaría verte”

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